Me gusta caminar, mientras el cuerpo va atento al movimiento y al equilibrio, la mente va propicia al estímulo de los sentidos por la brisa, los colores, el paisaje, las personas… y como impulsados sin medida, saltan recuerdos, vivencias y conocimientos. Esta crónica nace sin pretensiones, es simplemente una caminata por un sector de las murallas y cómo se convierte en una experiencia agradable. Espero te sirva de referencia para cuando vengas por acá.
Con pasos breves camino la rampa que conduce al Baluarte de San
Pedro Mártir, son la cinco de la tarde cuando llego al terraplén, varios se han
adelantado y observan a la distancia el Fuerte de San Felipe de Barajas, más de
cerca al monumento a la India Catalina y la espesura de los manglares que
bordean el caño de Juan de Angola y el Lago del Cabrero, paralelos a la muralla.
Apuro el paso, la idea también es hacer ejercicio. Sorprende a la izquierda el estado ruinoso de
la Plaza de Toros de la Serrezuela, construida en estilo sevillano. Recuerdo
sus palcos tallados en madera, blancos como un encaje… la nostalgia me invade, allí viví en la niñez
gloriosas tardes de rabo y orejas… Una pareja de turistas que vienen montando
bicicletas en sentido contrario, hacen que regrese de los pensamientos a la
realidad. Prosigo y subo los peldaños para continuar por encima de las Puertas
de La Paz y la Concordia abiertas en la muralla en 1.905 para comunicar la
ciudad con El Cabrero, barrio extramuros.
A los cartageneros de la época les pareció apropiado el nombre pues
recién había finalizado en 1.902 la Guerra de los Mil Días.
Si algo tiene Cartagena es la capacidad de sorprendernos con
curiosidades sin fin. Continúo la caminata sobre la cortina de muralla que comunica el Baluarte de San
Pedro Mártir con el Baluarte de San Lucas y encuentro la única garita cuadrada
del cordón de murallas, no sabemos si su diseño se debe a un capricho o a una
razón específica de los ingenieros
Cristóbal de Roda o Francisco de Murga, quienes construyeron este sector
a partir de 1.630. Mientras recuerdo todo esto veo próxima la rampa que conduce
al Baluarte de San Lucas, la que subo no con poco esfuerzo dado su grado de
inclinación.
Ya en el Baluarte, continúo por el terraplén, el más amplio de
todas las murallas, allí sin querer sorprendo en las troneras a los enamorados
que se cuentan sus cuitas entre besos y abrazos, algo tan típico de
Cartagena como el arroz con coco. Me
alejo para dejar espacio al amor. Observo luego el Lago del Cabrero con las garzas
en vuelo anunciando la proximidad del crepúsculo, el verdor del Parque Apolo,
el monumento a la Constitución de 1.886, luego la casa de Rafael Núñez, el
único presidente de Colombia cartagenero y quien lo fuera en tres oportunidades… más allá, su mausoleo y el de su esposa Soledad Román
quien construyó la Ermita de Nuestra Señora de las Mercedes para ese propósito.
Orillando los tendales que servían para guarecer a la tropa del
inclemente sol y la lluvia, me dirijo hacia el Baluarte de Santa Catalina. En
el trayecto veo a una pareja de orientales, sonrientes y excitados, tomándole
fotos a un niño vendedor de “panelitas de coco”, dulce típico, quien se las
ofrece insistentemente. Hablan un español deficiente y mientras siguen su
sesión de fotos me entero que son japoneses de la ciudad de Oito. Luego le
entregan un billete de cinco mil pesos colombianos al niño y siguen presurosos
su paseo. Este, con el billete en la mano me dice: “Estos chinos son como
locos, me dieron plata y no se comieron ni una panelita” Río de buena gana.
Es inevitable pensar en las batallas que se desarrollaron en estos sitios y cómo las murallas defendieron la ciudad, cuántos cayeron y cuántos sobrevivieron. El esfuerzo y el sudor de tantos esclavos en su construcción…. Las piedras de las que están hechas, testigos mudos, parecen contar historias sin fin.
Siento la proximidad del mar, y la llegada del atardecer es
inminente, mi caminata de hoy persigue eso precisamente, contemplar el
atardecer. Me apresuro entonces hasta llegar al último tendal en Santa Catalina,
allí me siento, extasiado, veo una garita a contra luz y el caribe vestido de
plata. Solo entonces entiendo los versos del Maestro Guillermo Valencia, poeta
colombiano:
“Hay un instante en el
crepúsculo
en el que las cosas
brillan más,
fugaz momento palpitante
de una morosa intensidad.”
En seguida, el sol se torna de color naranja mientras desciende
hacia el ocaso y casi podría asegurar que escuchamos, a manera de despedida, el
sonido de su contacto con el mar en la línea del horizonte…
Cómo llegar:
Inicio de la caminata sobre la muralla
en el Baluarte de San pedro Mártir.
Cómo llegar:
Inicio de la caminata sobre la muralla
en el Baluarte de San pedro Mártir.
0 comentarios:
Publicar un comentario