jueves, 1 de marzo de 2040

TE PRESENTO MI BLOG

He tenido la fortuna de nacer en el Caribe, en este lugar maravilloso llamado Cartagena de Indias, donde el realismo mágico del que hablara García Márquez se torna cotidiano, aquí donde no sabemos a veces dónde termina la leyenda y dónde comienza la historia, en este museo al aire libre lleno de murallas, fuertes, templos y conventos, callecitas estrechas, pasajes y arcadas; aquí donde las razas española, india y africana se funden produciendo una afortunada riqueza en la lengua, el folclor, la gastronomía, las artes…

Sí, aquí vivo con la alegría desbordante de sus gentes, apreciando el contraste permanente entre la ciudad colonial y la moderna, a la orilla de su mar verde azul y su cielo infinito, rodeado de bahías, ciénagas, caños y esteros con sus alcatraces, garzas y mariamulatas, cercado por sus playas, islas y corales…

Sí, aquí vivo entre Palenqueras vendedoras de frutas, cocheros contadores de historias, vendedoras de dulces del Portal, emboladores dicharacheros, tamboras y bailadores de cumbia, mapalés y gaitas…

Sí, aquí vivo en esta ciudad declarada por la UNESCO Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad. La de los opulentos hoteles y los hospedajes sencillos, la de los restaurantes de cinco cubiertos y la de los fritos de la esquina… La de las leyendas e historias sin fin.

Ven y sígueme en este Blog para que vivas o tal vez recuerdes, si ya has venido, a una ciudad de ensueño, única e irrepetible, alimento para el espíritu.

jueves, 7 de mayo de 2015

UN TEATRO BELLO Y CON HISTORIA


Las influencias culturales europeas y de otras regiones del mundo, hacen su ingreso a Colombia básicamente por Cartagena de Indias, dada su condición de puerto de primer orden en tiempos de la colonia. El teatro no fue la excepción.

Así se explica cómo a finales de este período y hasta bastante entrada la mitad del siglo XlX funcionó el Teatro del Coliseo, en el sector amurallado, dando origen al nombre de la calle hasta nuestros días.

En el Coliseo, según cuenta el historiador Moisés Álvarez Marín en su trabajo sobre el Teatro Heredia, se presentó en 1,838 la Compañía de Eduardo Torres con obras de autores locales de títulos ostentosos como “Aurelia o la toma de Constantinopla por Mahomett II” del General Juan José Nieto, sobresaliente figura política de la época.

Se había hecho una realidad el amor de los cartageneros por el drama, la comedia, la tragedia, la ópera… Así lo demuestran los datos históricos pues en El Coliseo el 20 de diciembre de 1,857 se presentó la ópera “La hija del Regimiento” primera función operática en Colombia, según cuenta Rafael Ballestas Morales en su libro Cartagena de Indias – Relatos de la vida cotidiana y otras historias-. Por allá en 1.874 en este mismo lugar se construye el Teatro Mainero y se inaugura con la ópera “Hernani” de Giuseppe Verdi presentada por la Compañía Lírica Italiana. ¡De lujo!

Era un espacio muy incómodo y el público numeroso. El deseo por tener un escenario digno de los espectáculos que ya se presentaban, tuvo que esperar casi treinta años.


Las ruinas de la capilla de La Merced, construida en el año de 1.625 sirvieron de base, utilizando las tres naves, para la construcción de tan anhelado teatro.
Al cartagenero Luis Felipe Jaspe Franco se debe el hermoso diseño de estilo italiano y con influencia caribeña. Se inauguró con gran solemnidad el 13 de noviembre de 1.913 en el marco de las celebraciones del centenario de la independencia de la ciudad, con unos Juegos Florales, como le decían los cartageneros a los concursos poéticos musicales de la época. Se le llamó entonces Teatro Municipal, luego Heredia y hoy Adolfo Mejía.


Jaspe había visitado los Teatros Tacón de la Habana y Reina Emma de Willmstad, Curazao, según dice la tradición oral, en ellos se inspiró. No era arquitecto, pero como el mejor de ellos, incorpora en el diseño de los palcos, celosías caladas con efecto de encaje, escaleras en mármol blanco de carrara que llegan de Italia por vía marítima, los adornos en yeso recubiertos en oro de 22 kilates, el Escudo de la Independencia que corona el escenario y la gran pantalla de cristal de murano en el techo.



Todo en su diseño es digno de ser apreciado: Su fachada de estilo ecléctico con las cuatro musas del arte: Clíope, Talía, Terpsícore y Euterpe, musas de la poesía, la comedia, la danza y la música, respectivamente, acabadas en mármol italiano, también el “foyer”, los camerinos, pasillos…

A Jaspe se deben muchas obras en la ciudad, entre ellas la Torre del Reloj, icono de la ciudad, el Mercado Público – hoy desaparecido-, los parques del Centenario, Fernández de Madrid y Bolívar, el trazado y diseño del barrio Manga y varias más.


El teatro fue magníficamente restaurado por diversas entidades que trabajaron en ello desde 1.970, con prolongados recesos y en 1.988 se reinaugura con la presentación de la soprano colombiana Martha Senn. El maestro cartagenero Enrique Grau pintó en el cielo raso las nueve musas del arte y en el telón de boca, los monumentos de la ciudad lloviendo sobre la ciudad antigua, acompañados de una mano, que entrega un gran ramo de flores típicas de la región. El escenario cuenta con veinte y cuatro barras mecánicas para el manejo de la tramoya, como se usa hoy en los grandes teatros del mundo. Se dotó de aire acondicionado y todas las técnicas modernas de sonido y alarmas contra incendio.


Imposible dejar por fuera algunas anécdotas sucedidas en sus inicios y algunas curiosidades, como por ejemplo, los dos palcos que existieron para uso de familias de reciente duelo, cubiertos con celosías que evitaban que sus ocupantes fueran vistos. ¡Esos lutos rigurosos de entonces! También cuando en la presentación del tenor Hipólito Lázaro, el pueblo acudió en masa a escuchar su portentosa voz interpretando Aída, de Verdi y llenó la vecina Plaza de la Merced o cuando el tenor Tita Rufo, recibió de jóvenes poco informados, ramos de flores, pensando que se trataba de alguna diva italiana.


Ver espectáculos en el Teatro Adolfo Mejía, se convierte en una experiencia difícil de olvidar, por el recinto lleno de belleza y armonía, además de sus condiciones técnicas y por los eventos que se presentan, la mayoría son muy buenos y a veces gratuitos.

Hoy el teatro se constituye en un espacio cultural importante, un edificio de valor artístico y arquitectónico y es una joya del centro histórico de Cartagena de Indias.

Cómo llegar:
Dirección: Centro, Plaza de la Merced
Para ingreso: Calle de la Chichería # 38-10
Tel. * 57 (5) 664-60-23

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viernes, 1 de mayo de 2015

LA MINA CASI DESCONOCIDA DE SANTA CATALINA


Mis pasos hoy me conducen nuevamente por el Centro Histórico, deseo llegar hasta el Baluarte de Santa Catalina, uno de los sectores más interesantes del cordón de murallas. Como es habitual por las tardes, camino por la vieja Cartagena, son las cuatro y media, hora ideal pues el sol se va poniendo y el calor es más soportable.

Para llegar al sitio que persigo existen tres caminos posibles: 1) Subiendo la explanada de La Reculá del Ovejo que conduce al Baluarte de San Lucas y luego continuando por el Baluarte de Santa Catalina, 2) Viniendo del Baluarte de Santa Clara por encima de Las Bóvedas. 3) Por la rampa situada a un lado de las Bóvedas. Me decido por ésta última.

Asciendo por la rampa hasta las troneras donde me recibe la brisa fresca de la tarde, busco la rampa que baja hasta la mina, la encuentro iluminada por reflectores de piso y podemos decir que se ve bella por las luces y las sombras sobre sus muros. Siempre me sucede lo mismo  cuando visito este lugar, se atropellan los pensamientos cuando los recuerdos brotan sin tiempo y espacio. Trato de darles un sentido.


En su orden, trabajaron en la construcción de este tramo de murallas, Bautista Antonelli y Cristóbal de Roda y luego la intervinieron Francisco de Murga y Juan de Herrera y Sotomayor, ingenieros militares todos ellos. Se iniciaron los trabajos de construcción por allá en 1.617.

En abril del año de 1.996, la Sociedad de Mejoras Públicas restauraba el Baluarte de Santa Catalina, en esas estaban cuando los obreros descubrieron este espacio. El arquitecto Augusto Martínez Segrera que dirigía los trabajos aseguró al periódico El Tiempo, que la mina tenía el mismo tiempo que las murallas y que era un descubrimiento histórico de la mayor importancia.


La mina descubierta cuenta con 15 metros de largo, además dos bóvedas y un gran aljibe. Fue utilizada para refugio de los soldados. Mientras se desarrollaba la exploración arqueológica, dentro del Plan Maestro de las Fortificaciones en el mismo año de 1.996, se recupera la poterna o puerta de socorro, las bóvedas y también la rampa de acceso.

En su interior, se descubrieron en regular estado, cerámicas, algunas armas, botellas, balas de cañón y algunos otros elementos dañados por el tiempo y el salitre.


Pero existe un hecho menos conocido tal vez, que la propia mina: La viuda del  cartagenero Dr. Rafael Núñez, presidente de Colombia en tres oportunidades, Doña Soledad Román de Núñez, temerosa de que la tumba fuera profanada por los enemigos de éste, decide trasladar con la ayuda de unos amigos, los restos de su esposo desde el vecino mausoleo en la Ermita del Cabrero, a las entrañas de la muralla pues muy pocos sabían de la existencia de la mina o al menos de una parte de ella. Así lo hicieron y solo volvió a la Ermita cuando los ánimos se calmaron.


En este lugar funcionó por un tiempo el Museo de las Fortificaciones. En nuestros días el transito se habilitó de 8 a,m. a 6 p.m. para permitir la comunicación del Centro Colonial con El Cabrero, barrio vecino que alberga la Casa Núñez y el mausoleo en La Ermita de Nuestra Señora de las Mercedes como habíamos dicho.

¿Cuántas más sorpresas nos tendrá deparadas Cartagena de Indias en el interior de sus murallas y fuertes?

Cómo llegar:
Plaza de las Bóvedas.
Subiendo la rampa del lado derecho

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miércoles, 29 de abril de 2015

LA POPA: DE AQUELARRES Y DEMONIOS AL TRIUNFO DE LA FE


Lo primero que divisaban los galeones en mar abierto, antes de su llegada a Cartagena de Indias, era La Popa de la Galera, llamada así por los primeros conquistadores que en 1.510 pasaron cerca y les pareció el cerro como una inmensa galera volcada, y la cima, la popa de la misma… Seguramente este cerro fue para los navegantes de ese entonces como un faro a plena luz del día.

Para algunos debió ser un anuncio de esperanza para la vida en el Nuevo Mundo, para otros de impotencia y angustia ante la humillación y la esclavitud, de expectación para los que venían ávidos de riqueza y poder, un reto alegre para los que venían con valor y entrega a dar lo mejor de sí para dar a conocer el Evangelio…


Pero vayamos a la historia que nos atañe.  Al inicio de los años de 1.600, en el Desierto de la Candelaria, cerca de la población de Ráquira en el hoy departamento de Boyacá, Colombia, cuentan que en el Convento de los Agustinos, Fray Alonso de la Cruz Paredes, recibió en sueños un mandato de la Santísima Virgen María. Le dijo: Quiero que erijas una capilla en mi honor en lo alto de la colina que domina la bahía de Kalamarí, a lo que el Fraile contestó: “Mater Gloriosa et Benedicta.”

Luego de penoso viaje llegó a Cartagena acompañado de dos frailes más. No le fue difícil descubrir el sito, pues el cerro de La Popa de la Galera es el punto más alto sobre la bahía.

Decían que en la cima del cerro se realizaban aquelarres y ceremonias paganas en honor al demonio, que en sus apariciones se hacía llamar Urí.  Un becerro de oro puro al que llamaban Buziraco era imagen de culto para esclavos fugados de sus amos, indios y cimarrones, liderados por el mestizo Luis de Andrea de quien se dice que terminó sus días condenado por la Inquisición en 1.613. En el Archivo Histórico de Madrid se encuentra el acta de sentencia que cito por interesante: … “se condena a ocho años en galeras de España, cárcel perpetua en Cartagena y hábito penitencial de sanbenito con las aspas coloreadas y coroza. Que los días de fiesta vaya a la iglesia mayor a oír misa, sermón y procesión… y que se confiese y comulgue”



Cartagena vivía entonces sobresaltada y llena de temor por la presencia de la Inquisición y las historias de brujas, hechiceros y mohanes, especialmente cuando ya las sombras cercaban sus calles y tejados. Mientras en La Popa, tambores y cantos con sonidos tenebrosos acompañaban los rituales del aquelarre que a veces se escuchaban hasta en la misma ciudad.

El fraile se entrevistó con el obispo Juan de Ladrada y este le facilitó unos pocos valientes que acompañaron a los tres agustinos a la cima… Luego del penoso ascenso por entre la maleza, llegaron a lo alto del cerro ya de noche, allí encontraron un cuadro aterrador: En un bohío al que no penetraba la luz hallaron al demonio Urí y a sus seguidores. El fraile imbuido del poder de Dios, arrojó por el despeñadero que hoy se conoce como Salto del Cabrón, al demonio y al Buziraco de oro. La leyenda llega así hasta nuestros días.

Era el año de 1.606. La construcción se inició enseguida y luego de siete años   con un costo de 15.000 ducados donados por los cartageneros, una suma considerable para la época, se terminaron la capilla y el convento. Dicen que en su campanario se encendía una gran fogata para orientar a los navegantes.


Cuenta el sacerdote Pedro Antonio Revollo que durante la colonia, el Convento fue atacado dos veces: Cuando lo asaltaron los piratas Pointis y Ducasse, quienes robaron ornamentos y alhajas que habían sido donadas a la Virgen por los devotos y en 1.741 el también pirata Vernon, de origen inglés, cuando sitió la ciudad, lo despojó de todo lo de valor que encontró en él.


Y este otro hecho del que fue testigo el cartagenero Don Lino de Pombo, quien luego fuera político destacado. Cuando se sucede el sitio de Morillo a Cartagena, el capitán español Maortúa en el intento fallido de tomarse La Popa, grita ¡Viva el Rey!, a lo que al aguerrido criollo Piñango gritó antes de darle muerte, “… no estando Piñango en La Popa”

La devoción a la Virgen creció con el tiempo y el día dos de febrero de cada año es sacada la imagen de la capilla y bajada, luego del novenario, en solemne y concurrida procesión hasta la Ermita del Pié de la Popa. A estas festividades dedicaremos crónica especial.


Pocos de los que miran hoy hacia la cima recuerdan estos episodios y solo los piadosos que visitan el convento y la capilla con la imagen de la Virgencita Morena de las Candelas reconocerán en ella a la madre amorosa que nos bendice y protege…
  
A muchos nos produce una profunda emoción, como cuando un hijo se reencuentra con su madre…

Cómo llegar:
Taxi o consultar en los puntos de información
de la Corporación de Turismo de Cartagena.


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domingo, 26 de abril de 2015

MUCHOS AÑOS ENDULZÁNDONOS LA VIDA


Evangelina Martínez Segovia, tiene 78 años y gran parte de ellos los ha vivido entre el azúcar que mezcla con productos del trópico, como el coco, la papaya, el tamarindo, el millo, el ajonjolí y muchos otros y su puesto en el Portal de los Dulces, situado en la Plaza de los Coches, detrás de la Torre del Reloj. Allí vende los dulces típicos que salen de sus laboriosas manos.

Mirando de frente los varios arcos que forman el Portal, su puesto está situado bajo el primero de la derecha. Apenas la vemos nos damos cuenta que encarna con su figura diminuta, la imagen de las clásicas abuelitas de los pueblos de la costa norte colombiana. Tal vez, de tanto hacer dulces, ella también es dulce y se le nota en su sonrisa, su mirada y sus ademanes suaves.


“Primero fui proveedora y después una amiga nos cedió el puesto. Ella se enfermó. De eso hace ya muchos años”. Nos dice Doña Evangelina mientras atiende a turistas y nativos. “Empecé con conservas de ñame, plátano maduro, papaya rayada con zumo de limón y bolas de tamarindo”. Y mientras acomoda dulces con una pinza dentro de grandes frascos de vidrio comenta: “Mire estás son las más tradicionales, las cocadas de leche”.


Hoy hace más de 35 clases de dulces en su casa situada en la vecina población de Turbaco y gran parte del secreto para el sabor particular de muchos de ellos, es que son cocinados en ollas sobre leña. “El azúcar y algunas frutas las compramos en el Mercado de Bazurto, el más grande de Cartagena, pero las seleccionamos con mucho cuidado y las otras las trae mi esposo del monte” Así le dicen en la Costa Atlántica del país a las pequeñas parcelas, donde trabajan la tierra hombres y mujeres.

Cuando le preguntamos por su familia se emociona.: “Tengo 8 hijos, 20 nietos y 3 bisnietos, ya algunos saben hacer muy bien los dulces. Yo no quería que se dedicaran a esto porque es un trabajo muy duro”. Y es que cuando nos cuenta lo dispendioso de su elaboración entendemos el porqué: “Me despierto a las 4 y 30 de la mañana y a esa hora empiezo mi faena, a veces son cuatro o cinco ollas al mismo tiempo, porque hacer por ejemplo cocadas, se lleva dos horas. Allí estoy pendiente de revolver para que no se pase de punto y no todos los dulces demoran lo mismo cocinándose. En grandes  mesones de madera se esparce luego la preparación y se espera que se enfríe, luego se corta o amasa según el caso, para luego seguir con el proceso de envolverlos para traerlos a la ciudad”.


Nancy Alcalá Martínez es hija de Evangelina y es la que le sigue sus pasos, empezó muy joven. Fue ella quien abrió contactos con hoteles y organizadores de eventos. “Cuando la veían tan joven no creían que ella fuera empresaria. A veces la llaman del Hilton, La Laguna Encantada y otros hoteles y restaurantes, para que les lleve dulces, con esto paga la universidad de mi nieto” Me entero que por encargo elaboran casquitos de toronja en almíbar, dulce de mora, natillas, enyucados y otros…” Yo aprendí de mi mamá a hacer los dulces, son recetas muy viejas”, dice Evangelina…”Y estoy feliz pues ahora las heredará mi hija”.


Doña Evangelina tiene historias sin fin. Pero una en especial le pareció muy graciosa: “Nosotros vendemos un dulce al que le llamamos cubanos y la verdad no sé por qué. Un día vino un señor y me dijo: ¿Ustedes venden cubanos? Si señor son estos envueltos en papeles de colores, y se llevó dos. Al día siguiente regresó y me dijo, mire señora yo soy cubano y no pensé que supiéramos tan sabroso… y se llevó dos docenas”.

Dejamos a Doña Evangelina y su hija Nancy detrás de su mostrador, rodeadas de casabitos de coco, alegrías, melcochas, maní con caramelo, conservitas de leche, panelitas de leche, cocadas de panela y guayaba, de piña, caballitos de papaya y muchos más, a la espera de ser adquiridos por gentes de diferentes sitios deseosos de probar los dulces más típicos de la ciudad.

El Portal de los Dulces no será igual, por lo menos para mí, luego de conocer a Evangelina y sus manjares. Con ella aprendimos que detrás de cada mostrador, hay  seres humanos que trabajan con esfuerzo y amor para que todos puedan llevar el corazón dulce de Cartagena de Indias por el mundo.

Cómo llegar:
Centro Colonial, Portal de los Dulces, Plaza de los Coches, 
                         primer arco de la derecha.

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CAFÉ DEL MAR, DONDE TODOS LOS DÍAS EXISTE EL ATARDECER


Es un mirador incomparable. Situado en el sector más antiguo de las murallas en Cartagena de Indias, de hecho aquí se colocó la primera piedra para dar inicio a la construcción de esta obra monumental.

Al llegar al terraplén nos encontramos con el cobertizo que utilizaba la tropa y más allá las troneras con sus cañones, es un sitio amplio y al aire libre. Debajo del cobertizo cubierto de tejas coloniales, están situadas la barra y la cocina, es un rectángulo bien acabado en madera, con muchas copas de cristal colgadas y estantes llenos con licores. Los barmans inician su frenética actividad preparando diversos cocteles y en la cocina, algo similar, con los primeros pedidos de la tarde. Al extremo, una especie de recibo con confortables sofás para los que quieren más privacidad. Allí comienzo a escribir esta crónica.


Miro el sol que va descendiendo y algo me va llevando a un estado contemplativo casi imperceptible y es cuando me doy cuenta que la música de fondo juega un papel importantísimo, adivino los instrumentos, y confieso que no soy experto en el tema, el sintetizador, el saxo, el piano, la guitarra y otros. Me entero que es un estilo musical de relajación denominado Chill-Out, en Europa, Estados Unidos y en Latinoamérica. Cada vez son más los amigos de este género. Me sorprendo gratamente, uno esperaría encontrar cumbia, salsa u otro ritmo tropical, pero creo que para los creadores de este mirador lo importante son el atardecer, el mar, la historia, el paisaje y pensaron bien al escoger la música pues permite charlar y contemplar el entorno.


Aprovecho para tomar varias fotos de un arrebol maravilloso. En esas estoy cuando me saluda Jairo Morad, quien es el director operativo, me invita a que nos sentemos en una de las mesas que están a cielo abierto. Y comienzo a informarme, por ejemplo, que el lugar estuvo en abandono muchos años, pero gracias a la feliz idea del alemán Peter Kreill y su socio colombiano Carlos Sánchez, hoy funciona este bar restaurante definitivamente sin igual. Regulados al comienzo por la Sociedad de Mejoras Públicas y hoy por la Escuela Taller, ambas dependencias del Ministerio de Cultura.



Jairo sonríe cuando le confieso que soy un enamorado de este sitio. No he sido el único pues personalidades como Julio Iglesias, Mel Gibson, Charlie Sheen, Paulina Rubio, Jackie Chan, Willy Colón, los DJ Tiësto y Carl Cox… la farándula nacional, periodistas, ministros y expresidentes… La lista es interminable pues Café del Mar se ha convertido en un sitio obligado para los cartageneros y los muchos turistas nacionales y extranjeros que visitan la ciudad.


Jairo recuerda las expresiones del reconocido periodista colombiano Juan Gossaín y el ex-presidente Belisario Betancur: “Me recuerda los sublimes atardeceres de mi natal San Bernardo del Viento” población de la costa caribe y el expresivamente añadió: “En este lugar uno se alimenta el espíritu”

Mientras conversamos veo una pareja de extranjeros que van a celebrar su matrimonio civil, para el efecto se han arreglado sillas vestidas de blanco y un arco con velos que mueve la brisa. Están en el extremo que mira hacia el Baluarte de Santiago y en la distancia se ve el sector de Bocagrande, con sus altos edificios que literalmente se meten al mar, pues es una península. El contraste entre lo antiguo y lo moderno.


Sin que el sitio pierda su identidad, en cualquier momento podemos escuchar unos mariachis o un trío de guitarristas celebrando un aniversario o un cumpleaños, previamente coordinado con Café del Mar.  Luego del homenaje se marchan y el lugar vuelve a su estado natural. Para eventos no cobran el sitio, solo el servicio.

Antes de comer un delicioso ceviche de corvina, he ido probando el coctel de la casa, que lleva su mismo nombre, preparado con champaña y curazao azul y entre sorbo y sorbo, indago por más cocteles y platillos: Los mojitos, el tropical, la sangría, piña colada y el margarita están entre los más solicitados, pero en la carta existen muchos más y entre los varios licores el vodka y el whisky. Tienen para ofrecer una importante existencia de vinos chilenos y cervezas.


Entre los varios platillos ganan la Fantasía del Mar con variedad de mariscos y pescado, al ajillo, crema de leche y vino blanco y la Picada Mixta, 400 gramos de carne de res, pollo, chorizo, ternera, acompañadas de papas y ensalada. Los Langostinos en Salsa de Coco y los Muslos de Pollo a la Albahaca, entre otros.

Setenta personas, la capitana de servicios, los barmans, las meseras y las encargadas de la cocina, conforman el equipo para el funcionamiento de Café del Mar. Todos tienen contrato indefinido. Es una exigencia que estén estudiando y para esto la administración cuadra los turnos, les subsidia un porcentaje para los que estudian inglés y los capacita permanentemente en historia de Cartagena, licores, gastronomía y relaciones públicas. Cada dos meses cuatro de ellos se van con gastos pagos para la Zona Cafetera, lugar turístico del interior de Colombia. A todas, un transporte especial las lleva a sus casas al final de la jornada. Los baños los manejan Madres Comunitarias.


Café del Mar abre los 365 días del año, pues el sol se pone todos los días, así, literalmente. Mientras hablamos y escribimos, todo alrededor fluye como con un encanto especial. Ya es casi noche cuando nos despedimos de Jairo Morad nuestro anfitrión, mientras las banderas del país y de la ciudad ondean encima de la muralla como gritando: ¡Esto es Colombia! ¡Esto es Cartagena de Indias!

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domingo, 22 de marzo de 2015

BUSCANDO EL ATARDECER


Me gusta caminar, mientras el cuerpo va atento al movimiento y al equilibrio, la mente va propicia al estímulo de los sentidos por la brisa, los colores, el paisaje, las personas… y como impulsados sin medida, saltan recuerdos, vivencias y conocimientos. Esta crónica nace sin pretensiones, es simplemente una caminata por un sector de las murallas y cómo se convierte en una experiencia agradable. Espero te sirva de referencia para cuando vengas por acá.

Con pasos breves camino la rampa que conduce al Baluarte de San Pedro Mártir, son la cinco de la tarde cuando llego al terraplén, varios se han adelantado y observan a la distancia el Fuerte de San Felipe de Barajas, más de cerca al monumento a la India Catalina y la espesura de los manglares que bordean el caño de Juan de Angola y el Lago del Cabrero, paralelos a la muralla.


Apuro el paso, la idea también es hacer ejercicio.  Sorprende a la izquierda el estado ruinoso de la Plaza de Toros de la Serrezuela, construida en estilo sevillano. Recuerdo sus palcos tallados en madera, blancos como un encaje…  la nostalgia me invade, allí viví en la niñez gloriosas tardes de rabo y orejas… Una pareja de turistas que vienen montando bicicletas en sentido contrario, hacen que regrese de los pensamientos a la realidad. Prosigo y subo los peldaños para continuar por encima de las Puertas de La Paz y la Concordia abiertas en la muralla en 1.905 para comunicar la ciudad con El Cabrero, barrio extramuros.  A los cartageneros de la época les pareció apropiado el nombre pues recién había finalizado en 1.902 la Guerra de los Mil Días.

Si algo tiene Cartagena es la capacidad de sorprendernos con curiosidades sin fin. Continúo la caminata sobre la cortina  de muralla que comunica el Baluarte de San Pedro Mártir con el Baluarte de San Lucas y encuentro la única garita cuadrada del cordón de murallas, no sabemos si su diseño se debe a un capricho o a una razón específica de los ingenieros  Cristóbal de Roda o Francisco de Murga, quienes construyeron este sector a partir de 1.630. Mientras recuerdo todo esto veo próxima la rampa que conduce al Baluarte de San Lucas, la que subo no con poco esfuerzo dado su grado de inclinación.


Ya en el Baluarte, continúo por el terraplén, el más amplio de todas las murallas, allí sin querer sorprendo en las troneras a los enamorados que se cuentan sus cuitas entre besos y abrazos, algo tan típico de Cartagena  como el arroz con coco. Me alejo para dejar espacio al amor. Observo luego el Lago del Cabrero con las garzas en vuelo anunciando la proximidad del crepúsculo, el verdor del Parque Apolo, el monumento a la Constitución de 1.886, luego la casa de Rafael Núñez, el único presidente de Colombia cartagenero y quien lo fuera en  tres oportunidades… más allá,  su mausoleo y el de su esposa Soledad Román quien construyó la Ermita de Nuestra Señora de las Mercedes para ese propósito.


Orillando los tendales que servían para guarecer a la tropa del inclemente sol y la lluvia, me dirijo hacia el Baluarte de Santa Catalina. En el trayecto veo a una pareja de orientales, sonrientes y excitados, tomándole fotos a un niño vendedor de “panelitas de coco”, dulce típico, quien se las ofrece insistentemente. Hablan un español deficiente y mientras siguen su sesión de fotos me entero que son japoneses de la ciudad de Oito. Luego le entregan un billete de cinco mil pesos colombianos al niño y siguen presurosos su paseo. Este, con el billete en la mano me dice: “Estos chinos son como locos, me dieron plata y no se comieron ni una panelita” Río de buena gana.


Es inevitable pensar en las batallas que se desarrollaron en estos sitios y cómo las murallas defendieron la ciudad, cuántos cayeron y cuántos sobrevivieron. El esfuerzo y el sudor de tantos esclavos en su construcción…. Las piedras de las que están hechas, testigos mudos, parecen contar historias sin fin.
Siento la proximidad del mar, y la llegada del atardecer es inminente, mi caminata de hoy persigue eso precisamente, contemplar el atardecer. Me apresuro entonces hasta llegar al último tendal en Santa Catalina, allí me siento, extasiado, veo una garita a contra luz y el caribe vestido de plata. Solo entonces entiendo los versos del Maestro Guillermo Valencia, poeta colombiano:

 “Hay un instante en el crepúsculo
 en el que las cosas brillan más,
 fugaz momento palpitante
 de una morosa intensidad.”


En seguida, el sol se torna de color naranja mientras desciende hacia el ocaso y casi podría asegurar que escuchamos, a manera de despedida, el sonido de su contacto con el mar en la línea del horizonte…



Cómo llegar:
Inicio de la caminata sobre la muralla
en el Baluarte de San pedro Mártir.
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